MEDELLÍN | NOTICIAS | ¿Qué pasará en 100 años con las historias de Medellín en 100 Palabras?

¿Qué pasará en 100 años con las historias de Medellín en 100 Palabras?

Dentro de 100 años, cuando los medios del futuro den cuenta del centenario de esta pandemia, en una sala de redacción local, que para entonces será cualquier cosa, menos una sala, y probablemente se llamará de otro modo, una periodista inquieta le propondrá a su editor, a través de la pantalla, un enfoque particular para la redacción de la efeméride:

−Me encontré una joya −le dirá−. Imagínese que justo en 2020 los habitantes de esta ciudad y los municipios cercanos escribieron sobre lo que sentían.

−Y qué con eso −responderá el editor−. Mucha gente escribe sobre lo que siente.

−Sí, pero no todo el mundo lo vuelve literatura.

−No le entiendo, explíquese mejor.

−Resulta que hubo un concurso de cuentos cortos que invitaba a la gente a contar historias en 100 palabras.

−100 palabras es muy poco, búsquese otra cosa.

−100 palabras puede ser poca cosa, pero un millón 900 mil palabras, no. Resulta que al concurso de ese año mandaron casi 19 mil cuentos. A partir de esas historias surgieron numerosos estudios. Fue como una gran foto de las sensaciones y la imaginación de ese año. Y aquí tengo los cuentos, los estudios posteriores y todo el material. Es como una máquina del tiempo que les quisiera presentar a los lectores mañana, editor.

−Mmmm, bueno, bueno, haga lo que quiera −aprobará el editor, cuidándose de ocultar la emoción y la nostalgia que le producirá la apasionada explicación de la periodista.

Al día siguiente, los suscriptores de ese medio local, efectivamente, viajarán en el tiempo. Gozarán, llorarán y se harán preguntas alrededor de unas historias que les dirán muchas cosas sobre una época que explicará algo sobre su presente, sobre la ciudad en la que ahora viven. Reflexionarán sobre el camino que los condujo hasta allí, un siglo atrás.

Íntimamente, darán las gracias a esos contadores de historias que les permitieron vivir, por un momento, en ese año pandémico.

Sentirán una nostalgia nueva al extrañar imágenes desconocidas para ellos: un vendedor de “mazamorra” investido de juglar, temido por sus melódicas interrupciones a las reuniones de trabajo y amado por el manjar que ofrecía de casa en casa; unos “mariachis” que ejecutaban algo llamado “serenata”, sin un destinatario concreto, pero con la habilidad de hacer sentir a muchos que esa “rareza” era para ellos; o unos osados vendedores de algo que llamaban con mucha naturalidad “juegos de mesa”, porque en “esa época” el parchís, que se llamaba “parqués”, se jugaba en las mesas, con unas píldoras que denominaban “dados” y se lanzaban a un tablero colorido que contenía el cielo.

Se conmoverán al observar y entender la aparición de trapos rojos en las historias, en la ciudad de “aquellos años”. Experimentarán una solidaridad histórica al entender que a estos narradores les tocó aprender a extrañar cosas que, “quién lo creyera”, hacían parte de la vida, como estudiar en un mismo espacio −“salones de clases” les decían− con todos los matriculados de un curso; trabajar en el mismo lugar con los compañeros de labor y compartir “mecato” y vida con ellos; o comprar legumbres y verduras frescas off line, con la posibilidad de regatear el precio y obtener algo a lo que le decían “ñapa”. Comprenderán mejor el esquivo concepto de lo que alguna vez se llamó “presencialidad”.

Extenderán lazos de empatía con sus antepasados, con el momento en que su juicio se puso a prueba al despertar en un mundo nuevo e incierto, que detonó angustias, miedos y síndromes que exigieron entender a unos que debían levantar a otros con los arrestos que aún tenían, y que en algún momento también serían levantados, porque en aquella época se acabaron los invencibles, los invulnerables. Entenderán que, en aquel año lejano, que por suerte quedó narrado a casi 19 mil voces, el mundo barajó a su manera nuevas reglas y que estos contadores de historias plasmaron en sus relatos las claves para comprenderlas.

En últimas, los suscriptores darán las gracias por la literatura y por la vida. Expresarán su agradecimiento al medio local y la periodista sonreirá engreída frente al editor. Este, con poco más que una mirada tímida, le dirá, sin decirle, que se anote un punto, que tenía razón.

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